Andaba el Poeta en busca de musas. Los caminos
recorría, a las flores hablaba. Mientras, las gentes que en sus quehaceres
permanecían ajenas al momento inspirativo; compraban, vendían y ejercitaban
su susurrante palabrería sin vergüenza ni premura. Correteaban de grupo
en grupo, como las abejas en la colmena, en una suerte de organización casuística
o un caos distróficamente argumentado.
En esto el Poeta se hace eco de un alma no sujeta
a aquellas ignominiosas leyes. Atentamente observa el movimiento de sus manos,
la cadencia de su pisada, la presión de su mandíbula y la profundidad de su
mirada. Algo le llama la atención de aquel muchacho y se decide a dar respuesta
a tal inquietud.
Muchacho - Dice el Poeta. En tu caminar siento un
quejido. Deja que rezume tu alma.
A lo que el muchacho responde - Tú Poeta, En ti
que se haya la sensibilidad. Que es por ti conocida la belleza y la dureza del
amor. Sabrás entender lo que en mi corazón acontece.
Recientemente amantes fuimos mi fémina dama y el
que aquí habla. No habiendo miedo en nuestras miradas cada día fue una
magnética entrega de pasión y promesas. Y no promesas infundadas locamente
escudriñadas, sino promesas que prometen. Promesas que crees firmemente por muy
disparatadas que parezcan en la antesala de lo fehaciente. Ciegamente creí en
ella. Ciegamente creí y creo en su palabra. Porque más allá de lo evidentemente
primario y pasajero, había un poso irrefutable de verdad en lo que de allí
emanaba.
Ahora parece marchar, su desierto busca. Hallazgo
necesita allí donde se haya. En la soledad, en el retiro de quien necesita su
propio afecto. En el lugar donde el muchedumbroso asceta contacta y sana su
propio pecho y su alma.
Mientras, un servidor esperando queda. Agitado y
calmo a la vez. Como el campesino que en la tierra recién labrada
apasionadamente aguarda.
Largo y difícil camino compañero queda. La más
dolorosa de las travesías eliges y te espera. - Dice el Poeta.
- No soy yo quien decide ahora. Mi corazón manda, no atiende a razones. Y
tampoco es que las quiera. Acato sin más, porque es mi alma la que desea y
espera. Porque no hay más que razones para amarla.