sábado, 8 de diciembre de 2012

La Mujer y el Poeta / 6

Aun con sangre caliente, la Mujer sostiene postrada en el suelo a su pequeño descendiente. Sus manos languidecidas por la emergente ausencia de vida entre sus brazos, muestran la angustiosa resignación de una madre cuyo instinto grita desesperadamente al sordo muro de la astuta muerte. Todo ser caminante se estremece de frío ante la escena, ante el plañido chirriante de quien no encuentra consuelo. Dulcemente enmudecido, el niño cae. Cuelga sobre los brazos de su madre.  

La Mujer, sostenida por el aliento de la desesperanza, suplica al Poeta.

- Ayúdame, ayúdame a devolverle la vida antes de que mi alma se quiebre y se vuelva loca.

El Poeta, lejos de persuadirla, con los ojos empapados, dice:

- Mujer, ve con tu hijo. Reclama en cada puerta un amuleto, un remedio, un brebaje, un sólo elemento que haya servido antes a otros para esquivar la muerte. Y que en definitiva, te ofrezca la certeza de que la muerte es eludible. Búscalo quinientos días y quinientas noches. Recorre campos y ciudades. Ve a buscar en otras tierras y en otros mares. El tiempo que consideres necesario. Pasado ese tiempo, sabrás qué hacer.

En ese momento, la Mujer se levantó del suelo secándose las lágrimas diciendo: - gracias. No será necesario. Ya lo he comprendido. 

Y con el niño en brazos, se dirigió a despedirse de su hijo al cementerio. 

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