sábado, 15 de diciembre de 2012

Más allá del ombligo.

Hemos nacido en una sociedad postulada en el individualismo. Centrada en el "bienestar" del individuo, prefijada no en quién soy y si estoy satisfecho conmigo mismo. Sino en quién es él o ella, y si soy flanco de su atención; además de en qué punto de la escala comparativa material me encuentro.

Está situación generalizada, deriva en dos aspectos contra-opuestos y contradictorios; ya que cuanto más me centro en alimentar mi egocentrismo menos unido al otro me siento, pues yo quiero ser el centro y eso me hace inevitablemente competidor tuyo. Mientras en realidad dependo de ti para alimentarme de tu atención, con lo que mi distancia de ti no pueder ser excesiva, pues implicaría tu rechazo.

Llegados a este punto, entramos en una dinámica enfermiza en la que ser capaz de establecer el límite entre lo que yo siento y quiero, y lo que tú esperas de mi entran en conflicto. Puesto que ser fiel a lo que yo quiero puede suponer que tú no aceptes lo que soy. Y no serlo se traduce en la mutilación de cualquier posibilidad de encontrarme.

Para poder aportar luz y solucionar tal dilema, debemos tomar consciencia de la importancia de encontrar el afecto en nosotros mismos para llegar a dilucidar qué queremos. Esto no quiere decir que tengamos que vivir al margen de los demás o que su presencia nos sea indiferente, ni mucho menos. Quiere decir que sólo nosotros podemos validar lo que sentimos o hacemos. Encontrar el apoyo en nosotros mismos. 

Satisfacer nuestras necesidades no tienen por qué suponer un mal para quien nos rodea. Llegados a un punto, nadie desea hacer mal. Eso que en muchos casos se entiende como mal tiene que ver más con cómo los demás lo reciben que con nuestra persona. Si desilusionamos o rompemos espectativas no generamos un daño. Símplemente no estamos siendo lo que los demás querrían que fuésemos. 

Esto supone una enseñanza bidireccional. Ya que igualmente somos objeto pasivo ante las decisiones de los demás. Y no podemos exigir a los demás lo que no estamos dispuestos a asumir. 

Este principio de honestidad, tanto con nosotros mismos como con los demás, genera vínculos de confianza y aceptación, afianzando así también un sentimiento de unión más real con los demás. Lo cual, también reducirá nuestra identificación con los aspectos materiales. Permitiéndonos ver más allá de nuestro ombligo.

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