lunes, 10 de septiembre de 2012

Herrajes.

Amarrado a la inutilidad de mi herraje espero en caballerizas. Arrastro el dolor de saberme grande y verme empequeñecido. De tener que cargar con hierro y clavos. De una suerte de adornos funcionalmente fútiles porque yo nací para la estepa. Para la carrera enérgica y veloz del que se siente rabiosamente libre. Del que ilumina y es iluminado porque tiene la fuerza del guerrero incansable. De quien reside en los corazones con orgullo y por derecho propio. Alimentado por las manos y los pulmones de quienes realmente se atreven a sentirse en este viejo y nuevo camino.

En mi pecho se respiran continuamente las mismas palabras: inutilidad de mi herraje... inutilidad de mi herraje... 

La rabia se adueña de mi, aprieto los dientes y las manos me sangran. Mis ojos se llenan de lágrimas y mi dolor se proyecta contra las paredes resquebrajando muros, arrancando baldosas, reventando bombillas y pulverizando el techo. Y en mi estado de locura y ausencia, el hierro se transforma en barro y los clavos en verdes y florecidos tallos. La inutilidad de mi herraje en horizonte. Y mi grandeza en humildad.  

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