miércoles, 12 de septiembre de 2012

Sin derecho a sentir.

La crudeza de la realidad que se nos presenta en mucho de los casos, realidad sesgada, manipulada y reinterpretada por quienes pretenden tener el poder sobre las masas; es justificada por los propios precursores muchas veces desde una perspectiva cínica y egoista que poco tiene que ver con el pecho y mucho con la cabeza. Y es que aquí no se trata de cuáles son mis ideas, si no de dónde residen. 

Está claro que las diferencias ideológicas existen y que incluso, llegado el momento,   puede ser necesario que coexistan. Ya que una única idea prefijada podría enquistarse y llevarse hasta el fanatismo, lo cual en ninguno de los casos sería positivo. El radicalismo conduce en primera instancia a la separación y la desatención de los grupos no afines a tales ideales, y tras un proceso de maduración, con alta probabilidad a un intento de eliminación del mismo por parte del grupo mayoritario. 

Pero volviendo al tema, nos encontramos ante la situación de que las ideas han sido arrancadas de raiz. Corren sin dirección como pollo sin cabeza de aquí para allá creyendo que habitan en la cabeza. Han perdido su origen existencial, su hogar. Han sido secuestradas y condenadas a convivir en una casa fría y sin tejado, dónde correr y no pensar las salva del frío que les produce mirar la realidad que han creado coaccionadas por un capitalismo voraz.

Ahora el pueblo es llamado a restituir el derecho a sentir de esas ideas. A mirar y evolucionar en un mundo en el que la calidez del hogar y el reencuentro entre posturas sea primer plato en la mesa. Particularmente esa legión de profesores y maestros de la calle que tal vez no encuentren mayor sentido a su existencia que aportar corazón a las intenciones. Porque está claro que los verdaderos pollos sin cabeza tienen nombre y apellidos, y no son convivencia y solidaridad.

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