Las yemas de sus
dedos se rozaban mientras el tren todavía había de ponerse en marcha. Perdidos
en su mágica conexión, sus ojos permanecían abiertos, ni parpadeaban.
Allí, entre las puertas del tren, ella parecía aun más bella. Él, no
habiendo sido nunca un adonis, exhibía una sonrisa estrambótica e
implacable. Enamorados hasta los últimos confines de sus huesos, ni siquiera
eran capaces de hablar. Simplemente se observaban.
El resto de
pasajeros los admiraban emocionados. ¡Qué escena tan hermosa! - se decían
algunos. Otros sin embargo se preguntaban por qué habían dejado de mirarse así.
E incluso hubo quien pensó qué era tan siquiera mirarse.
Los segundos
pasaban y el maquinista alargaba su brazo hasta la bocina disponiendo así el
último aviso. Mientras, los enamorados, no sintiéndose interpelados mantenían
su extrema quietud. Llegada la hora de partir, nada sucedía ante sus ojos,
ningún estímulo les inquietaba.
Pronto un grupo menos romántico y más interesado en la marcha empezaba a ponerse nervioso. No fueron pocos los comentarios necios y los improperios arrojadizos. Los amantes parecían hacer oídos sordos y su gesto, que tanta admiración despertó previamente, comenzó a asemejarse más a una estúpida burla.
Los pasajeros del primer vagón comenzaron a elevar sus quejas hacia el maquinista, y éste, atónito, a aumentar la sonoridad de la bocina. Mientras, la pareja, permanecía inmóvil. Como adormecida o hipnotizada. Con ese aroma entre bucólico y trágico que parecía hacer que no importara nada.
Cada vez eran más los espectadores que tensaban sus mandíbulas antes sonrientes y relajadas. Cada vez se percibía con más intensidad esa calma tensa que precede al estallido beligerante y canalla. La rabia y la incomprensión, dispuestas, acudieron presurosas a la llamada.
Muchos empezaron a murmurar y otros, virulentos y aguerridos, no tardaron en mostrar sus dientes al amor que antes les había entusiasmado. Tal vez la envidia que mostraba su verdadera cara o simplemente porque había ganas. El caso es que gritaban, y gritaban con mucha rabia - ¿pero qué se han creído?, ¡¡Esto es un lugar público!!¿Es que creen que tienen más derecho que nadie?!!Maldito sea el amor que os mantiene ciegos, sordos y mudos; petrificados e ineptos!!¡¡Como si fuera lo único que importara!!
Los segundos parecían minutos, y los minutos horas a ojos del maquinista que, no viendo reacción ninguna por parte de los increpados, decide llamar a los encargados de seguridad para que pongan remedio a tan estúpida situación. La orden era clara - ¡¡Sáquenlos del tren!! ¡¡Aunque tenga que ser a patadas!!.
Hermosas patadas - pensó alguno que se ahorró el comentario por no arrojar más leña al fuego, pues ya estaban el ánimo y las manos bastante caldeadas.
No fueron menos de cuatro hombres los que perfectamente uniformados fueron a socorrer no se sabe muy bien quien. Y, como de un puñado, agarraron esos dos cuerpos que rígidos e inertes, parecían no salir de su estado idiotizado.
Poco después, los periódicos anunciaban: Dos figuras del museo de cera robadas, conocidas como "La bella y el loco enamorado", mantienen en jaque al servicio de cercanías y a la policía malograda.
El amor petrificado por la cera, escapa del mito de exhibirse como escena de amor en el espacio protegido del museo. Uno elige marcharse, quiere un amor errante, salvaje, otro quedarse, le apodera el miedo, prefiere la seguridad de lo conocido, pero ninguno de los dos, puede avanzar el uno sin el otro, entretanto, los que les alabaron ahora les destrozan.
ResponderEliminarAmantes robados por el Amor, en un texto de contrastes, ¡qué bonito!.