Existe en cada uno de nosotros una figura inquisitoria, un crítico extremo que nos impide ser quienes somos. Un dedo amenazador que nos señala y nos juzga, evitando e interrumpiendo en muchos momentos nuestra verdadera expresión, no permitiendo satisfacer nuestras necesidades y dificultando así nuestra relación con el otro.
Ese crítico, aun teniendo la voz y la forma de los otros, realmente no es más que nuestro miedo al rechazo proyectado sobre los que nos rodean. Como una sombra que cernimos sobre los demás, jugando a interpretar qué se espera de nosotros. Relegando así a un segundo plano la posibilidad de establecer nuevas formas de comunicación basadas en la creatividad y la autenticidad de nuestros actos. Ya que, ¿cómo puedo mostrar lo que soy si siento el peligro de ser malinterpretado o puedo provocar un enfado?. Por lo que finalmente nos aferramos y restringimos a aquello que hemos aprendido y qué fue validado en nuestro proceso de socialización.
Cuando uno se da cuenta de esta situación, se plantea: ¿cómo puedo dejar de ser esclavo de mi propia imagen y mi proyección sobre los demás?
Pues bien, existe un antídoto al alcance de todos. Se trata simplemente, que no quiere decir que sea fácil, de tomar consciencia y desarrollar nuestra metacognición. Ser capaz de escucharnos más allá de los simples automatismos y aportar luz a esa parte inconsciente de nosotros mismos que parece funcionar al margen.
Para eso debemos ser capaces de desarrollar nuestra concentración y permanecer en el momento presente. De esta manera y mediante la escucha activa, seremos conscientes de los mensajes coercitivos que nosotros mismos generamos. La meditación es un gran recurso para trabajar y desarrollar dicha capacidad.
El siguiente paso, sería plantearnos qué es lo que nosotros realmente queremos, más allá de las proyecciones, y ponerlo en juego dejando que sea el/ otro/s los que reciban nuestra demanda o acción. Dejando así a un lado nuestras interpretaciones y permitiendo que nuestra relación sea más autentica. Desarrollando así nuestro autoapoyo, descubriéndonos y aportándonos amor a nosotros mismos, a la vez que generaremos un mayor espacio de expresión para los demás al no sentirse juzgados por nosotros.