Despierto en la fugaz transitoriedad del espacio y el tiempo en que sobrevivo.
La amalgama de actividad que compulsivamente consumimos, copa el aire que respiramos y nos ahoga en una atmósfera que lejos de ser nuestra aliada, se convierte en enemigo cuestionable del último resquicio dónde ni pensar ni hacer, sino ser y sentir.
Recóndito escondite que reconcilia y pacta entre lo que se ve y lo que realmente soy, para no dilatar la funesta línea que me empuja y me separa de mí, y me arrastra al tú y mi imagen en ti.
Anhelado espacio al que con el líbido del recién enamorado, me abrazo y amo en silencio, encadenado al aroma de la soledad buscada entre la muchedumbrosa gente y su murmullo ajetreado.
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