Uno tiene la suerte de nacer con todos sus deditos, sus ojos, sus rodillas ... Y
con todo eso, y su corazón, comienza a caminar. Todo en el mundo es novedoso, experienciable. Tu papá, tu mamá, tu entorno más cercano parece alegrarse de tu llegada, y uno poco más tiene que hacer que ser lo que es: un bebé que duerme, come, llora y realiza con cierta regularidad sus deposiciones. Todo en uno es presencia, nada sabe de ese fastidioso juego de pasado, a veces presente y muchas veces futuro por el que los demás parecen dolerse o preocuparse.
El tiempo pasa, aunque no se sepa qué es, y uno comienza a separarse de sí. Empiezan a aparecer los mañana iremos al
campo, a la piscina o a ver a los abuelos; y los ayer me caí y me hice un chichón, me castigaron por no hacer los deberes o fui a jugar al fútbol con mis amigos.
Del devenir de la circunstancias de cada uno se van acumulando experiencias, unas mejores y otras no tanto. Y uno empieza a separarse del tiempo en que vive.
Bien porque no soporta el sufrimiento que le
genera su presente, bien por qué no sabe cómo relacionarse con el mundo, o incluso consigo mismo. Empieza a dedicar tiempo y espacio a toda esa jerga mental que murmulla cada vez con más fuerza, hasta que lo interioriza de tal manera que comienza a confundirlo con la realidad de su espacio presente, de su ser dónde está. Dialoga, se alía o lucha contra él, como si de un ente ajeno a sí mismo se tratase. Y se aleja de su mundo interior
y sus sensaciones corporales porque no le gustan, le incomodan.
La fractura va en aumento con el tiempo, y lo que antes uno no veía, es visto. Se toma consciencia de que algo no va bien. De que la vida se nos hace difícil, y que en muchas ocasiones repetimos mecanismos y patrones a la hora de relacionarnos que no nos satisfacen, más bien nos dañan. Hasta que la situación se hace insostenible, y uno decide buscar ayuda.
En esa ayuda, profesional o no, te encuentras ante otra presencia. Una presencia espejo en la que te ves, y empiezas a comprender. Un cuerpo que como tú se comunica, y comienzan a resonar cosas dentro de ti que tal vez creías abandonadas; o que ni siquiera tenías consciencia de que existieran.
Poco a poco comienzas a recuperar la consciencia de ti mismo. Tu comunicación gestual, tu cuerpo, comienza a darte información. Comienzas a recuperar sensaciones. Respiras en presente. Y en ese énfasis en respirar el presente, aparecen asuntos no resueltos, patrones caducos. Y sobre todo la posibilidad de renacer y volver a relacionarnos con el mundo y con nosotros mismos, desde el apoyo y la sabiduría que nuestro cuerpo nos otorga. Pudiendo así, vivir desde una perspectiva más auténtica, más honesta.
No podemos llegar a un estado de contacto consciente con nosotros mismos y con el universo, a partir de la misma herramienta que nos separa de él.
ResponderEliminarLa mente, nuestra identificación con ella. Nuestro ego.
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